miércoles, 24 de abril de 2013

Ven

Los días, las horas, el tiempo, las noches sin él siguen aumentando al igual que las lágrimas por tus mejillas. Ya no sabes ni por qué lloras, pero lo haces cada día. Llega un momento que no entiendes por qué, pero empiezan a rodar por tu cara hasta llegar a tus labios y las notas saladas. Echabas de menos el mar, ahora tienes uno propio cada día, un mar salado, repleto de recuerdos y de canciones, de momentos a su lado, de sonrisas que no sabes si volverás a ver, de abrazos que fueron tuyos y cada vez sientes menos, de besos que  podrían haber parado el mundo, de caricias que erizaban tu piel, de noches en vela a su lado, noches que no sabes si podrás volver a pasar. Y te das cuenta de que tú no decides nada, ni siquiera cuando llorar y cuando no, que tú cuerpo es quien lo hace, quien no te deja dormir por las noches preocupada por qué le pasa o cómo está. Secas tu cara, pero a penas sirve de algo, a los dos segundos vuelve a estar empapada, tus ojos vuelven a estar verdes a rabiar y sientes que tu cabeza está a punto de explotar. Crees que no sabes que es lo que necesites para que las lágrimas cesen, pero lo sabes más que de sobra. No necesitas que nadie te lo diga, ni pensarlo más...Sabes lo que necesitas y no lo tienes. Necesitas SU abrazo, notar como te haces pequeña entre sus brazos y como eso te relaja hasta tal punto que llega incluso a cortarte la respiración, te sientes tan protegida que estás segura de que si pasase algo fuera, en el radio de vuestro abrazo todo permanecería totalmente intacto. Eso es lo que tienen sus abrazos, que tranquilizan y reconfortan, que consiguen que te olvides del mundo, de todo lo malo, de la hora y del día y solo piensas en qué ese abrazo es el mejor que te han dado en tu vida, y que nadie nunca podrá dártelos como él lo hace. Además, a ti te encanta pegar la nariz a su cuello cuando te abraza, captas su olor el suaves pero profundas respiraciones, como si eso hiciese que una pequeña parte de él fuese a quedarse contigo para siempre, y en parte es así, su olor te acompaña siempre. Pero no necesites que te acompañe, necesitas que impregne con él las sábanas de tu cama, que de tanto tocarlo hasta tus manos conserven su olor. Lo necesitas a él a tu lado, y no te importa cuando tengas que esperar por ese abrazo, porque cuando lo tengas de nuevo, no habrá una persona que pueda ser más feliz. A veces, la felicidad es tan simple como abrir los brazos y estrechar a la otra persona como si fuese el fin del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario