martes, 30 de noviembre de 2010

Huir nunca es la salida, o al menos la correcta.

Huir. Normalmente se describe a las personas con adjetivos, pero a ella no había ninguno que la describiera tan bien como la describía aquel verbo. Huir. Tenía esa tendencia a escapar de todo. En cuanto algo la desbordaba mínimamente ella comenzaba a andar, primero lento e iba aumentando el paso hasta acabar corriendo. Era lo único que la conseguía tranquilizar aunque sabía que hacía lo incorrecto. Huía de los problemas, de los líos, de las discusiones, huía de todo aquello que pudiera causarle el mínimo sufrimiento. Ella antes, era de las de quedarse hasta el final, de aguantar lo que le cayese encima fuera la que fuera, pero se había cansado de salir perdiendo siempre, de acabar pagando los platos rotos, se había cansado de ser la que siempre sufriera por mucho que intentara hacer las cosas con la mejor intención. Por eso cuando discutía con él, salía corriendo. intentaba evadirse de aquello y pensar que mañana o en una hora todo habría cambiado.Quizá esperaba que al marcharse de aquel lugar, él la siguiese y los problemas se quedaran allí, pero aunque él apareciese de nueve a su lado, los problemas seguían ahí. Las cosas seguían ahí por mucho que ella intentase alejarse. Y ahora estaba aprendiendo que huir nunca fue la solución, que en cuanto volviese las cosas seguirían como las dejó o quizá peor. Pero entonces, ¿qué debía hacer? ¿Quedarse hasta que doliera o huir para volver y que siguiese doliendo? No había escapatoria, todo la llevaría al mismo punto antes o después, al maldito dolor, mas grande o más pequeño, más puro o más llevadero, pero siempre al mismo punto.


domingo, 28 de noviembre de 2010

Líquidos como forma de vida

¿En qué momento tenemos realmente las cosas claras? Cuál es ese segundo que dice "Sí, ahora están como tienen que estar" o "Tiene que ser así, no hay otra opción". Pues bien, voy a ahorrar la búsqueda de una respuesta que no existe, al igual que ese segundo. Porque puede ser que en un momento las tengas claras, pero quizá al siguiente esa claridad desaparezca cual conejo que se mete en un sombrero. Es como un vaso de agua, pero no limpia y cristalina, de la otra, de la que tiene algún que otro poso. Cuando dejemos quieto ese vaso, los posos tocarán fondo, quedando la inmensa mayoría del vaso sin ellos. Pero una vez volvamos a agitarlo, volveremos a tener toda ese agua con los residuos. Nuestra vida, nuestro raciocinio, todo lo que somos, es como ese vaso, somos ese vaso  y debemos saber en que zonas apoyarnos y en cuales no, porque las turbulencias llegan en cualquier momento. Por eso, nunca me ha gustado el agua, soy más de cerveza, de llegar desde el principio al final y no de quedarme estancada. La espuma de la cerveza, comienza arriba de todo, y acaba por llegar al fondo. Recorre la botella entera una y otra vez, pero no le importa, sabe que tarde o temprano conseguirá poder llegar a ese final, a ese momento en que su vida esté clara, aunque sea dentro de una habitación verde y no le quede demasiado tiempo.
 
   








                                                         Huimos, pero, ¿de qué lo estamos haciendo?

sábado, 27 de noviembre de 2010

No necesitaba palabras, ni promesas de futuro, ni siquiera necesitaba pensar en el mañana aunque fuera con él. Solo necesitaba hechos, momentos que se pudiera llevar con ella a cualquier parte del mundo. Fotogramas que al pasar por su cabeza le hicieran sonreir, que le erizaran el pelo, que los escalofríos se colasen bajo su ropa aunque fuese poca. Que por un momento se le parase el tiempo y reviviera esa escena de su vida, un fashback a tiempo real. Se dio cuenta de que necesitaba eso porque en algún lugar de su vida lo había tenido, porque aunque solo fuese una vez, había podido disfrutar de nuevo de aquel instante que la hizo tan feliz. Por eso lo necesita, porque lo había tenido y ahora, se había esfumado como el humo de sus cigarrillos.